Argumento
Thomas Carlyle creía que la sociedad se cimentaba en el culto a los héroes: «La adoración a los héroes ha existido siempre y en todas partes». El heroísmo se ha convertido en un producto, un bien comercializable con gran demanda: necesitamos el heroísmo para sobrellevar la vida ordinaria, gestionar las dificultades y mantener una actitud optimista incluso en los momentos duros.
Cualquier película o serie de televisión, boom literario y objeto de ocio que triunfa en Estados Unidos, lo hace en el resto del mundo. De alguna manera, Estados Unidos acabó convirtiéndose en la principal factoría de héroes del siglo XX. En cuanto al volumen de producción, su capacidad exportadora y la influencia en los demás países –como mínimo en Occidente– Estados Unidos ha marcado la tendencia y establecido los códigos que rigen la industria del entretenimiento a escala mundial.
La evolución de los diferentes héroes literarios, desde la novela decimonónica hasta los cómics o las series de televisión, nos habla de la progresiva popularización del arquetipo heroico hasta alcanzar un rango global. Analizar la cultura popular en Estados Unidos equivale a sondear nuestra propia cultura, dado que sus símbolos han calado en el resto del mundo con un éxito indudable: si citamos el western, podríamos señalar las novelas de Marcial Lafuente Estefanía, los álbumes franceses del Teniente Blueberry, los fumetti de Tex Willer o los spaghetti de Sergio Leone para describir la influencia de un género genuinamente norteamericano en el continente europeo. Las novelas criminales de Stieg Larsson y su heroína Lisbeth Salander son una vuelta de tuerca del estilo «Hard-boiled» propio de los magazines pulp estadounidenses y sus justicieros urbanos. Harry Potter es una revisión de las pretéritas «School Stories» y las novelas juveniles de misterio del sindicato Stratemeyer. No sólo han triunfado los modelos sino también las fórmulas y sus mecanismos fundamentales.
No se trata de que Norteamérica deba ser la cultura hegemónica, ni que haya inventado el arquetipo de héroe –que se remonta a la épica clásica– pero ha trabajado concienzudamente para depurar y perfeccionar el modelo adecuándolo a la sensibilidad moderna de manera incontestable. Como si se tratara de un laboratorio de I+D en cualquier otro sector estratégico, Norteamérica se ha ocupado del asunto con perseverancia conmovedora hasta destilar la fórmula del heroísmo, que consumimos ávidamente dentro y fuera de su país. Cada nuevo artefacto cultural que sale a la venta en Estados Unidos repercute a continuación –o simultáneamente– en todo el planeta. Norteamérica está cerca de ostentar el monopolio efectivo del heroísmo, forzando a los demás países a medirse con ella para reivindicar su propia parcela o nicho cultural, bien a su sombra o en los márgenes del mercado.
Es el momento de abrir el álbum de recuerdos polvoriento y sumergirnos en una época maravillosa rebosante de pistoleros, espadachines y corsarios. Un tiempo para los héroes poblado por héroes: «La adoración a los héroes perdurará para siempre mientras el hombre perdure.»